El conflicto en el norte del Cauca ha sido un episodio largo y doloroso en la historia, con múltiples actores armados, desplazamiento de población y un impacto significativo en las comunidades indígenas, campesinas y afrocolombianas.
¿De dónde viene este conflicto y cuál es la razón de que por más de medio siglo, se haya ensañado en esta región y enraizado tan profundamente?
Esto a generando un corredor de tristezas y desencantos, en un lugar tan rico y a al mismo tiempo lleno dé miserias económicas y abandono social, quizás como lo decía una nasa, acompañando el caminar de resistencia que se ha tejido por las comunidades en torno a la búsqueda de soluciones que les permitan recuperar el tejido social y cultural de la comunidad, “la riqueza del territorio, es la causa de nuestra pobreza” y no solo la riqueza, también su ubicación estratégica para el desarrollo económico y el accionar militar, por lo que no solo de la pobreza, sino todos los conflictos mencionados y por mencionar en esta región, pero para entender esas causas hay que acercarse al territorio.
¿Qué es el norte del Cauca?
Que intereses corren por sus intrincadas montañas y descienden por estrechas y serpenteantes carreteras, carreteras tal vez no, un sin número de trochas, unas hechas por el esfuerzo de la comunidad, otras por los actores irregulares, no hay que sorprenderse.
Aquí el estado como lo narra Carlos Cesar Arbeláez, en su producción cinematográfica del 2011, se mide por la cantidad de cartuchos y remanentes que dejan atrás las confrontaciones y para qué sirve cada uno, en un territorio en donde el conflicto es constante, se habla en una jerga de la guerra, “esa no era la tartamuda” “ellos venían en un cascabel” “es bien arriba seguro son tatucos” “es el ejército, el fusil no suena asi” estas como muchos otras frases son comunes a el oído, como oído de músico que ya está acostumbrado a este ritmo, al ritmo de la guerra, que identifica acordes de dolor, miedo e indignación, pero eso no es el norte del Cauca, es solo una consecuencia del interés por controlarlo.
Geográficamente se encuentra ubicado en el suroeste de Colombia, limitando con los departamentos del Valle del Cauca, Tolima, Quindío y Risaralda, uno de los valles más fértiles a nivel regional, que ha sido sobre explotado en la producción azucarera a expensas de la miseria de sus habitantes. Sus montañas albergan un sinnúmero de riquezas biológicas como minerales, es un corredor estratégico para que la producción ilícita llegue al centro del país y el pacífico, como para el desplazamiento de tropas, ya sea del estado o los actores irregulares.
Tiene una población diversa, que incluye comunidades indígenas, afrocolombianas y campesinas, su riqueza cultural y tradiciones hacen de cada una de sus cabeceras municipales un crisol de alegrías, saberes y sabores, que se cultivan en un entramado intercultural y de relaciones profundamente solidarias entre sus poblaciones como acto de resignificación y resistencia frente a la violencia que agobia el norte del Cauca.
Sí, a pesar del diario amarillismo del periódico y la realidad del conflicto armado que imponen miedos y zozobras, allí también se tejen alegrías solidarias y luchas de resistencia, que a diario buscan una salida en paz a los desafíos socioeconómicos y a las dificultades del acceso a la salud y educación, limitados en la región a cuenta del estado que solo aparece como una máquina de guerra, que absorbe vidas y familias a costa de mantener el engranaje funcionando.
Entonces de que norte hablamos, hablamos de un norte que todos los días lucha contra el flagelo de la guerra, en acciones como las realizadas en el municipio corinto desde el día 12 de agosto del 2023, en donde se le pone un alto al sometimiento de los grupos armados, diciéndoles que ya no más, exigiendo el respeto a la vida y el territorio y se les prohíbe utilizar los sitios comunitarios; actividades como las de 26 de agosto en el municipio de miranda, donde las comunidades exigen ser escuchadas frente los acuerdos de paz y no solo delegados de las FARC, el gobiernos y los líderes sociales sean los que hablen de paz, porque para la comunidad a pesar de los temores y los miedos, el silencio no es una opción y quieren exponer el dolor que sienten por la pérdida de sus seres queridos, hablamos de ese norte que moviliza las conciencias caminando, como las comunidades de Tacueyó, Toribío y Huellas productores de cannabis que se ven abocados a esa forma de sustento por las dificultades económicas.
Así mismo de las tierras de La Emperatriz, en liberación desde hace más de veinte años, donde se ha tumbado la caña para la agroindustria y en su lugar se ha sembrado comida para la gente, que en sus ejercicios autonómicos destruyen los arsenales de la guerra, mientras el estado los señala de colaboradores y el ejército apunta sus armas y enfila sus soldados; hijos pobres de la sociedad. De luchas como las del 2 de septiembre en las comunidades de Huellas, municipio de Caloto, que marcharon por la Vida, la Paz y el Territorio, encabezada por los cuidadores Luuçxs Kiwe Thegnas, exigiendo a los grupos armados el cese del reclutamiento de niños y niñas, la detención de los asesinatos a líderes y el respeto por la vida; de la comunidad que el día 2 de septiembre del 2023 se paró frente a un tanque en el territorio de Corinto, cual hombre de Tiananmen, para evitar la masacre.
De ese norte que da “por la vida, hasta la vida misma” es del que se habla aquí, del que forma a su comunidad en escuelas de mujeres, jóvenes y guardias, que siembra su comida en tierras liberadas y sus niños recorren las mismas distancias para ir a la escuela, gritando que quieren la paz y vivir tranquilos, denunciando que, las propuestas para dejar los cultivos de uso ilícitos han sido insuficientes y las familias continúan bajo la economía ilícita que genera desarmonías, sin mencionar que el gobierno no ha cumplido con el Programa nacional de sustitución de cultivos de uso ilícito.
Un norte que por otro lado va a la deriva, mientras el gobierno en un contexto de posconflicto, anuncia su militarización, que a puerta cerrada en el municipio de Suarez negocia agendas lejos de todo interés por la vida, mientras en territorios como Miranda, Corinto, Toribío y Huellas la guerra se intensifica.
No se niega esa otra cara, esa en la que los actores armados en conflicto, controlan economías y grandes extensiones de territorio, ni se desconoce el accionar de guerra del estado que ha buscado el control territorial en la región debido a su importancia estratégica en términos de tráfico de drogas, minería ilegal y rutas de contrabando, que deja como resultado enfrentamientos violentos y la imposición de reglas y restricciones a la población local, con un alto número de desplazados internos de las comunidades indígenas, campesinas y afrocolombianas, que tienen que abandonar sus tierras ancestrales debido a la violencia y las amenazas, Violencias étnicas, pues a menudo son víctimas de violencias específicas debido a su resistencia por mantener sus tradiciones y su relación con la tierra.
A pesar de la violencia, el norte del Cauca ha sido un centro de resistencia en el que las comunidades locales han luchado por sus derechos territoriales, culturales y económicos, promoviendo la autodeterminación, ante el gobierno colombiano y las FARC, frente a la dinámica del conflicto en la región.
Sin embargo, la presencia de grupos armados ilegales ha continuado siendo un desafío, la transición hacia el posconflicto ha sido compleja, la reincorporación de excombatientes a la sociedad y la implementación efectiva de los acuerdos de paz son retos que enfrenta la región, como sueños lejanos, mientras no haya un desarrollo que permita la reconstrucción a largo plazo del tejido social, para superar y sanar las secuelas del conflicto.
Lo que incluye inversión en infraestructura, educación, salud y oportunidades económicas para las comunidades locales, que permitan la desarticulación de la producción y tráfico de drogas que sigue siendo una fuente importante de ingresos y financiación de los grupos armados legales e ilegales en la región, la reconciliación y la búsqueda de justicia por los crímenes cometidos durante el conflicto, con el pleno reconocimiento de la responsabilidad del estado en ellos, como requisitos fundamentales para garantizar una paz sostenible en la región.
Para que este norte, el de las alegrías, las culturas y los saberes florezcan y se convierta en un escenario de incidencia política, cultural y económica, que lo libere de del dolor, la discriminación y el estigma con el que históricamente ha arrastrado a cuestas del dolor y la violencia.
Por: Tejido de comunicación